miércoles, 24 de septiembre de 2014

Los Testimonios de Samael

Convertir ciudadanos de a pie en estatuas de sal aullantes, provocar genocidios crónicos a sus vecinos o realizar invocaciones devastadoras de impredecibles consecuencias, incluso para sus autores, son sólo algunas de las tradiciones fuertemente arraigadas en Pan Tang. Tanto o más que la que acaba provocando la génesis de los Testimonios de Samael: El exilio forzoso de gran número de clanes de la isla maldita.

Y es que si hay un hecho diferencial en los elegidos de los Mabden, que pueblan tan siniestras tierras, es la lucha continua por conseguir hacerse con el trono de la sangrienta teocracia que domina la isla desde el origen de los tiempos. Una pugna dónde los perdedores sólo tienen dos opciones, abandonar su patria o ser exterminados mediante creativos y extremadamente dolorosos métodos.

Cada vez que un teócrata asciende o cae en Pan Tang, se produce un peregrinaje por parte de los supervientes del bando perdedor. Es el caso de los Testimonios de Samael, el grupo de guerreros y hechiceros que en la historia de EODLD comanda Namuk, descendientes del círculo de confianza de Samael, el teócrata que casi logra someter a los Reinos Jóvenes.

Se trata de una historia que se remonta 200 años antes de los hechos que involucran el tronco principal de las aventuras de Eibi, Antannos y compañía, en la llamada Guerra de las Armaduras Negras. Unos hechos a los que no vamos a hacer referencia, pues se irán descubriendo detalles en la obra próximamente y tendrán gran relevancia en la historia de alguno de los protagonistas.

Samael fue uno de los más poderosos gobernantes de Pan Tang y realmente llegó a contar con el apoyo incondicional de la mayoría de los hechiceros y guerreros de la isla, a los que llevó a la anteriormente citada guerra, librándola contra la totalidad de los Reinos Jóvenes y estando a punto de tener éxito.

Pero su fracaso final y la catástrofe militar a la que condujo a sus tropas fue un durísimo revés para sus seguidores. Con él muerto en la última batalla, su ejército perdió la ayuda de los poderosos seres que reunió para intentar alcanzar su objetivo y este fue prácticamente exterminado por una alianza encabezada por las fuerzas de la Isla de las Ciudades Púrpura.

Cuando los escasos supervivientes de la campaña volvieron a pisar su patria, se estrellaron con la hostilidad de los que no habían participado en la misma. No tardó mucho en alzarse otro clan que aprovechó el momento de debilidad de la gran coalición que había seguido a Samael en su cruzada y el desánimo que había causado tan terrible derrota entre la población. Sus seguidores fueron perseguidos y ejecutados bajo tortura pública en las plazas de las principales ciudades pantagnianas. Había llegado el ocaso de Samael y su grotesca obra y un nuevo poder se alzaba sobre el devastado reino del Mar Pálido.

La antigua guardia pretoriana del fallido conquistador, previendo lo que iba a suceder, había recopilado todos los conocimientos escritos que su amado líder les había proporcionado en el pasado. Tenían constancia del Mar de los Olvidados y que era posible que allí se encontraran parte de los conocimientos de Samael, pues hacía continuas referencias a ese lugar.

Las primeras turbas y ejecuciones sumarísimas precipitaron la marcha de los Testimonios de Samael. Huyendo de sus compatriotas, llegaron a Bakshaam y después siguieron hacia el Bosque de Troos y Nadsokor, lugares donde nadie les buscaría ni ningún mercenario se aventuraría a entrar, por muy alta que fuera la recompensa.

Fue allí donde se encontraron con el Templo de Bezaleel, antigua catedral del Caos, abandonada desde hacía décadas, quizás siglos y desde aquel momento, el nuevo hogar de un grupo de refugiados pantangianos, los guardianes de la memoria del gran conquistador y elegido de los Mabden. Una construcción megalítica, antaño bastión del Caos en el Continente Norte, rodeada por una sólida muralla y con espacio suficiente para albergar un pequeño poblado alrededor de la catedral.



Unas rápidas incursiones, en pequeños pueblos de Vilmir, colindantes al Bosque de Troos, les proporcionaron los esclavos necesarios para volver a levantar Bezaleel. Para el resto del mundo, los desaparecidos pueblerinos habían sido pasto de los seres sobrenaturales del caótico bosque, algo inevitable que siempre había sucedido cada muchas estaciones, como los ancianos transmitían de generación en generación. La presencia del ejército Ilmiorense en los límites de la civilización tranquilizó a los pueblos cercanos a los que habían sido saqueados y vaciados de habitantes. Al inicio de la siguiente estación, los soldados se retiraron y las gentes se autoconvencieron de estar seguros. Sus compatriotas habían desaparecido para siempre y no podían mas que seguir con sus vidas.

Mientras tanto, el centenar de pantagnianos exiliados y un número parecido de nuevos esclavos volvían a poner en marcha la vida en el templo, vacío y olvidado para el resto del mundo y nuevo hogar de los Testimonios de Samael, una saga con una idea fija en mente, transmitida de generación en generación: Volver a Pan Tang y retomar la obra magna de su señor, el sometimiento de los Reinos Jóvenes.