miércoles, 15 de mayo de 2013

El mar de los Olvidados

Cuando el Multiverso era aún joven y los dioses de las diferentes fuerzas pugnaban por ser los predominantes en sus afiliaciones, fuera al precio que fuera, había un pequeño mundo parecido al nuestro, donde el culto a esas divinidades lo dominaba todo.

Nombraban heraldos entre sus más fieles, otorgaban poderes a sus acólitos y absolutamente todo en aquel mundo giraba en torno al frenesí religioso. Los hombres se volvieron contra los hombres, pues no podían permitir que sus creencias no fueran la únicas y los dioses, ávidos de poder y notoriedad, tanto los del hirviente Caos como los de la inflexible Ley fueron aumentado su poder y su dominio sobre los seres que moraban en aquel mundo. Y mientras esto sucedía la Balanza no podía hacer nada por interponerse entre ambos. Sus seguidores eran minoría. ¡Quién quiere estar de parte de los que rechazan el poder de los Dioses!¡Quién quiere seguir siendo un simple mortal!. Así fue como aquel mundo se dividió en dos bandos irreconciliables y estalló una devastadora guerra que acabó con prácticamente todos los seres vivos del mismo.

Los dioses habían dado tanto poder a sus lacayos, habían creado seres tan poderosos en uno y otro bando, que cuando todos murieron, las almas de aquellos heraldos, titanes y semidioses, siguieron buscando a los dioses originales que les eran contrarios. Así fue cómo miles de estos sirvientes se enzarzaron en una lucha sin cuartel, atacando directamente a sus divinos contrarios, debilitando a todas las deidades de aquel mundo hasta el punto de convertirse tanto los unos como los otros en sombras de lo que fueron.

Pues ya nadie había para adorarles, sólo quedaban sus propias creaciones y ellos mismos, y sin la fuerza de sus acólitos, el poder divino que alimentaba tanto a unos como a otros se fue debilitando lenta pero inexorablemente.

El sacerdote Emygdius y su pequeña cofradía fueron los únicos que pudieron huir de la locura. Los últimos seguidores de la Balanza se habían refugiado en la montaña más alta del planeta, desde dónde pudieron observar con horror el espectáculo dantesco del fin de su mundo.

Y en aquel momento vieron claro que los dioses acabarían venciendo a sus atacantes y cuando lo hicieran, marcharían de ese mundo a otros que les harían correr su misma suerte. No podían permitirlo, así que invocaron a sus dioses de la Balanza, que se habían mantenido al margen hasta entonces y les pidieron ayuda para impedirlo. Estos les escucharon, pero para poder cumplir su deseo, no podían permitir que nadie quedara con vida en ese mundo, pues podrían volver a caer en la tentación de adorar a aquellos nefastos dioses del Caos y de la Ley y volver revitalizarlos. Así llegaron al terrible pacto que acabo con el conflicto. Emygdius y sus seguidores sacrificarían sus vidas y a cambio, los dioses de la Balanza alterarían la naturaleza, inundándolo todo hasta quedar el agua sólo por debajo de la propia montaña donde se habían refugiado. Con las almas de los sacrificados crearon infinitas cadenas que ataron a los dioses al fondo del gigantesco mar en que se había convertido el mundo de Emygdius y allí quedaron para siempre, torturados en una fosa abisal infinita por las almas de aquellos a los que habían dado poder sobre todas las cosas.

Dioses olvidados por los siglos de los siglos en un mundo de negras aguas. Sin sol, luna ni vida, apartados del resto del multiverso, con una pequeña isla que persiste como símbolo de la locura de los seres divinos y hasta dónde pueden llegar.

Un mundo que antiguos brujos melniboneses descubrieron hace cientos de años, creando allí un reducto de estudio, cuyo último propietario conocido fue el hechicero Samael, antes de caer en desgracia. Con él se perdió el secreto del acceso al mar de los Olvidados… hasta ahora.


El lugar del sacrificio de Emygdius y los suyos


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